jueves, 29 de septiembre de 2016

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA. MODERNISMO.




                                 

JUNTOS LOS DOS

Resultado de imagen para imagenes de jose asuncion silvaSi en tus recuerdos ves algún día                 
entre la niebla de lo pasado 
surgir la triste memoria mía 
medio borrada ya por los años,
piensa que fuiste siempre mi anhelo 
y si el recuerdo de amor tan santo 
mueve tu pecho, nubla tu cielo, 
llena de lágrimas tus ojos garzos;
¡ah, no me busques aquí en la tierra 
donde he vivido, donde he luchado, 
sino en el reino de los sepulcros 
donde se encuentran paz y descanso!

viernes, 9 de septiembre de 2016

DESPUES DE VEINTE AÑOS.


                                                                                     
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Después de veinte años.

JOSE EUSEBIO CARO.                                                 


I. 

Salud, oh sombra de mi viejo amigo!
Tras largos días de lejana ausencia,
Vuelve a buscarte aquel tu pobre hijo
Que amaste tanto y que te amó de veras!
Sí; yo a buscarte vuelvo, padre mío!
A orar a Dios por ti sobre tu huesa,
Y a bendecirte porque me has cumplido
La postrera y mejor de tus promesas!
La noche tras la cual más no te he visto,
Tarde.. lloviendo.... la ciudad desierta.......
Ya a morir ibas...solo yo contigo,
De tu lecho lloraba a la testera;
Y meditaba entonces, aunque niño,
Que en dos iba a partirse mi existencia:
Atrae la luz, mi infancia y un amigo!
Delante, el mundo, solo y en tinieblas!
Y, vuelto a ti de espaldas, distraído,
Pronto olvidé que alguno allí me oyera,
Y ronco sollocé con grandes gritos,
Y a mi inmensa aflicción di larga suelta.
Súbito al lado escucho un leve ruido,
A verte voy con una horrible idea:
Ya! Mas sentado y fúlgido te miro,
Con los ojos en mí, cual si me vieras;
Y dulce, y triste, y serio a un tiempo mismo:
José no llores más. Aunque yo muera,
Morir no es perecer. Tu padre he sido;
imposible que SIEMPRE no lo sea!
Y vi tus brazos hacia mí tendidos..
Y al punto obedecí la muda seña;
Y desahogué mi seno comprimido,
En tu seno escondida mi cabeza.
Ay! largo espacio así permanecimos:
Tus brazos me estrechaban ya sin fuerza...
¡Y me encontré con tu cadáver tibio,
Que al otro día me ocultó la tierra!

II.

De entonces acá, veinte años se han corrido:
Nadie en el mundo ya de ti se acuerda....
Uno no mas, presente siempre y vivo
En su memoria y corazón te lleva!
Y empero ¡ en cuánto aturdidor bullicio
Mi vida ha estado desde entonces envuelta!
Fusil al hombro, y sable y daga al cinto,
De mi infancia he dejado las riberas:
Y negros bosques, y anchurosos ríos,
Y verdes campos y azuladas sierras,
He visto, y luego el mar inmenso he visto,
Y vi su soledad y su grandeza:
Y en lid campal, entre humo, y polvo, y ruido,
Y entre hombres, y caballos, y banderas,
Los valientes caer, de muerte heridos,
He visto a mi derecha y a mi izquierda:
Y luego a pueblos fui grandes y ricos,
Y vi sus monumentos y sus fiestas,
Bailé sus danzas y bebí sus vinos,
Y en el seno dormí de sus bellezas:
Y en calabozos fétidos y fríos
He dormido también entre cadenas;
Y desnudo, y hambriento, y fugitivo,
He vagado también de selva en selva:
¡Y en medio de placeres y peligros,
De fatigas, de glorias, de miserias,
Tu voz, tu imagen siempre fue conmigo
En íntima y tenaz reminiscencia!
Y un pensamiento extraño me ha venido,
Que ni sé si me aflige o me consuela:
Y es que vives aún, oh padre mío!
Y andas con otro nombre por la tierra;
Que estás resucitado y trasfundido;
Que en otro ser te mueves, hablas, piensas;
QUE ESE SOY YO! que somos uno mismo!
Que tu existencia ha entrado en mi existencial

LA MATA. TOMÁS CARRASQUILLA

                                                                    LA MATA.

                                           



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  Vivía sola, completamente sola, en un cuarto estrecho y sombrío de cabo de barrio. Sus nexos sociales no pasaban de la compra, no siempre cotidiana, de pan y combustible, en algún ventorrillo cercano; del trato con su escasa clientela, y de sus entrevistas con el terrible dueño del tugurio. Este hombre implacable la amenazaba con arrojarla a la calle, cada vez que le faltase un ochavo siquiera del semanal arrendamiento. Y, como pocas veces completaba la suma, vivía pendiente de la amenaza. Después de ensayar con varios oficios, vino a parar en planchadora de parroquianos pobres; que para ricos no alcanzaban sus habilidades. Faltábale trabajo con frecuencia, y entonces eran los ayunos al traspaso. El hambre, con todo, no pudo lanzarla a la mendicidad. Era uno de esos seres a quienes la rueda de la vida va empujando al rodadero, sin alcanzar a despeñarlos. Más que vieja, estaba maltrecha, averiada por la miseria y las borrascas juveniles. De aquella hermosura soberana, que vio a sus plantas tantos adoradores, no le quedaba ni un celaje. De sus haberes y preseas de los tiempos prósperos, sólo guardaba el recuerdo doloroso. De aquel naufragio no había salvado más que el cargamento de los desengaños. Su historia, la de tantas infelices: de cualquier suburbio vino, desde niña, a servir a la ciudad; pronto se abrió al sol de la mañana aquella rosa incomparable, y... lo de siempre. ¡Pobre flor! Dos hijos tuvo y fueron su tormento. El varón huyó de ella y se fué lejos, no bien se sintió hombrecito. Su hija, un ángel del cielo, la recogió el padre, a los primeros balbuceos, donde nunca supiese de su madre. Ni un amigo ni una compañera le quedaban en su ocaso, a ella que los tuvo sin cuento en su cenit; ni una palabra de conmiseración a ella que oyera tantas lisonjas. Y, las pocas veces que imploró un socorro, de algún bolsillo en otros tiempos suyo, no obtuvo ni siquiera una respuesta. El desprecio de los unos, el desconocimiento de los otros, caían sobre ella como la piedra mosaica sobre la hebrea infiel. La pobre mariposa, ya ciega, sin esmaltes ni tornasoles, se recogió, en su espanto, para morir entre el polvo abrigado de la gruta. En su anonadamiento no pensaba en el cielo ni en la tierra; no pensaba en nada que pudiera redimirla. ¡Qué iba a pensar la infeliz! Sólo sentía el hambre de la bestia que ya no puede buscarse el alimento; sólo el frío del ave enferma que no encuentra el nido. El hambre material... ¡muy horrible, muy espantosa! Pero esta otra del corazón; esta necesidad de un ser a quién amar, con quién compartir la negra existencia; esta soledad de la vejez, no podía, no era capaz de arrostrarla. Consiguió un gato, un gato muy hermoso. Pero los gatos, lo mismo que el amigo, huyen de las casas donde el hogar no arde. Dos veces tuvo loro, y uno y otro murieron de inanición. Su desgracia les alcanza hasta a los pobres animales. Si ella consiguiera una compañera que no comiese... pero, ¿cuándo? Un día, al pasar por la calleja un carro con enseres de una familia en mudanza, cayó junto a su puerta un tiesto con una planta. Como se hiciera trizas, lo dejaron allí abandonado. Tomó ella la raíz, sembróla en un cacharro desfondado y lo puso en un rincón, junto a la entrada. Antes de un año era una planta que llamaba la atención de los transeúntes. Regarla, quitarle las hojas secas, ponerle abono, era su dicha; una dicha muy grande y muy extraña. Tan extraña, que simpre recordaba a su hijita, las pocas veces que pudo peinarla y componerla. Le propusieron comprársela a muy buen precio. ¿Vender ella su mata? ¡Si le parecía que era persona como ella; que era algo suyo; que la acompañaba; que sabía lo que pensaba! su cuchitril no se le hacía ya tan triste ni tan feo. Y la pobre, autosugestionada por esta idea, ya ponía algún esmero en el aseo y arreglo del cuartucho. La planta iba creciendo a la sombra, como si Dios la bendijese. Y Dios la bendecía, porque consolaba a un alma triste. Una día llegó un brazo hasta el dintel, otro levantó un renuevo, otro se curvó en arco. Su dueña entonces, clavó dos varas, amarró el tallo, y la guirnalda de brillante follaje y de campánulas purpúreas se fue extendiendo, pomposa y exuberante, hasta formar un dombo. Las gentes se paraban a contemplar tanta gentileza y galanura. La pobre mujer, menos cohibida, mandaba entrar a los curiosos para que viesen todo aquello. Hasta una señora muy lujosa entró un día. Su mata la iba volviendo al trato con las gentes; le iba dando nombre. Ya no se sentía tan despreciada ni tan abatida. Como ya podían verla los extraños, no era tan descuidada en su vestido, y sacudía las paredes y aderezaba sus pobres trebejos con el primor que en la miseria quepa. Día por día iba aumentando el aseo. Tanta limpieza le atrajo más clientela y se hizo célebre en el barrio. El cuarto de María Engracia se citaba como una tacita de plata. Una mañana entraron dos señoras a contemplar la mata. Admiradas del aspecto de aquella vivienda mísera, que la pulcritud hacía agradable, se deshicieron en elogios. Esa noche hizo lo que no hiciera desde sus tiempos de servicio: rezó a la Virgen el rosario entero. Otro día sacó de un baúl, donde se apolillaba en el olvido, un cuadrito de la Dolorosa. Colgólo sobre su cabecera y le puso un ramo, el primero que cogía de la mata. Un domingo fue a misa de alba. Aquel espíritu, que parecía muerto, resucitaba. Tal lo entendía ella. Todo era un milagro, un milagro que le hacía nuestro Padre Jesús de Monserrate, por medio de la mata. Sí: El era. Recordó, entonces, que un domingo, en sus tiempos tormentosos, al bajar del cerro con otras compañeras, le había dejado una tarjeta, en la última estación. Recordaba todo, punto por punto; su amiga Ana, que era muy instruida y muy tremenda, tomo un lápiz y puso al pie del nombre de este modo: "Acuérdate de mí, que soy una triste pecadora". Y todo esto, que tenía olvidado por completo, ¿por qué lo recordaba ahora, como si lo estuviese presenciando? Pues, por milagro... Al sábado siguiente se postraba ante un confesor. No fué poco el pasmo de los vecinos cuando la vieron arrodillada en el comulgatorio para recibir la Santa Forma. De ahí adelante llevó vida piadosa interior y exteriormente. La mata, más lozana y florida cada día, llegó a ser para ella un ser sobrenatural, enviado por Jesús de Monserrate para su enmienda y tutela. Entre tanto se iba sintiendo muy enferma y quebrantada. Le daban palpitaciones con frecuencia; con frecuencia se le iba el mundo, y más de un vértigo la desvaneció en la iglesia. Presentía su fin muy próximo pero sin pena: antes bien con una dulce serenidad. ¡Si ella pudiera trasplantar su mata sobre su sepultura! Un día llegó furioso el dueño del cuartucho. Sólo a una malvada como ella se le ocurría poner ese matorral, para tumbar el cuarto con la humedad. Si no sacaba al punto aquella ociosidad la echaba a la calle con todo y sus corotos. Ella se pone a llorar, sin que piense ni en tocar la mata. Por la tarde torna el hombre y arremete a bastonazos contra cacharro, flores y follaje. Tira todo a la calle y hace sacar los muebles enseguida. María Engracia se desploma, presa de un síncope. De allí la llevan para el hospital. En sus delirios ve su mata frente a su cama, como el arco de triunfo para entrar al paraíso. Y al amanecer de un domingo, cae para simpre en la red infinita de la Misericordia.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Mi delirio sobre el chimborazo.


                                             
















                                                              SIMÓN BOLÍVAR.


"Yo venía envuelto en el manto de Iris,
desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco 
al Dios de las aguas.
Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, 
y quise subir al atalaya del Universo. 
Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt 
seguílas audaz, nada me detuvo; 
llegué a la región glacial, 
el éter sofocaba mi aliento. 
Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina 
que pusieron las manos de la Eternidad 
sobre las sienes excelsas del dominador del los Andes. 
Yo me dije: este manto de Iris que me ha servido de estandarte, 
ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, 
ha surcado los ríos y los mares, 
ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; 
la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, 
y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad. 
Belona ha sido humillada por el resplandor de Iris, 
¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra? 
Sí podré! Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, 
que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt, 
empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. 
Llego como impulsado por el genio que me animaba, 
y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: 
tenía a mis pies los umbrales del abismo.

Un delirio febril embarga mi mente; 
me siento como encendido por un fuego extraño y superior. 
Era el Dios de Colombia que me poseía.

De repente se me presenta el Tiempo 
bajo el semblante venerable de un viejo cargado
con los despojos de las edades: 
ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano…

«Yo soy el padre de los siglos, 
soy el arcano de la fama y del secreto, 
mi madre fue la Eternidad; 
los límites de mi imperio los señala el Infinito; 
no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muerte; 
miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. 
¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? 
¿Crees que es algo tu Universo? 
¿Que levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros? 
¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? 
¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? 
¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? 
Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano».

Sobrecogido de un terror sagrado, 
«¿cómo, ¡oh Tiempo! —respondí— 
no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? 
He pasado a todos los hombres en fortuna, 
porque me he elevado sobre la cabeza de todos. 
Yo domino la tierra con mis plantas; 
llego al Eterno con mis manos; 
siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; 
estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; 
mido sin asombro el espacio que encierra la materia, 
y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamiento s del Destino».

«Observa —me dijo—, 
aprende, conserva en tu mente lo que has visto, 
dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, 
del Universo moral; 
no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres».

El fantasma desapareció.

Absorto, yerto, por decirlo así, 
quedé exánime largo tiempo, 
tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. 
En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; 
resucito, me incorporo, 
abro con mis propias manos los pesados párpados: 
vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio."